Las fronteras del color

Sonia Agudo Capón. Departamento de proyectos de FIBGAR
Madrid, 21 de marzo de 2016. Fue en marzo del año pasado cuando Abdoulaye Mara, en una noche de pánico e intrepidez, intentó saltar la valla de Melilla. Este joven de 22 años recién cumplidos comenzó su declaración de intenciones aún encaramado a una de las alambradas “¡Yo asilo!, ¡yo asilo!”. Durante horas y colgando a seis metros del suelo, gritó de forma reiterada a los agentes que quería pedir asilo. Una vez con los pies en territorio español y siguiendo con su ruego, la guardia civil le detuvo, maniató y le devolvió “en caliente” a Marruecos. Puede que el joven maliense no fuera lo suficientemente claro en su petición, pero lo más probable es que una vez más las autoridades hicieran oídos sordos a la voz de la desesperación. Abdoulaye pasó así a formar parte del escandaloso número de subsaharianos a los que no se permite siquiera alcanzar el perímetro fronterizo por el férreo despliegue de seguridad que España y Marruecos llevan a cabo a ambos lados de la valla.
También fue en marzo del año pasado cuando el Ministerio de Interior inauguró dos oficinas de asilo con infraestructura propia en los puestos fronterizos de El Tarajal en Ceuta y de Beni-Enzar en Melilla. Sin embargo, los inmigrantes subsaharianos no tienen acceso a estas nuevas dependencias. En contraste, los ciudadanos sirios, por ejemplo, reciben un trato favorablemente distinto y siempre se les permite iniciar los procesos de solicitud de asilo en frontera.
El testimonio de Abdoulaye Mara ha servido para ilustrar este inaceptable trato desigual condicionado por el color de piel de la persona que intenta atravesar la valla. Existe una evidente discriminación racial en los procesos de control fronterizos que ha fundamentado una denuncia contra el Estado español ante el Comité de Discriminación Racial de las Naciones Unidas. De esta manera el Comité René Cassin, integrado por abogados de extranjería, lucha desde el año pasado contra esta praxis fronteriza que priva a las personas de origen subsahariano de su derecho a acceder a las oficinas de asilo, dejando como única alternativa la entrada ilegal a Europa, ya sea saltando la valla, en patera o cruzando el Estrecho.
Hoy, el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial cumple 50 años. Proclamado por la Asamblea General de las Naciones Unidas, nos recuerda la matanza de Sharpeville contra manifestantes que protestaban por la aplicación del Apartheid a manos de la policía sudafricana. Un régimen que establecía la segregación racial en todos los aspectos de la vida pública, limitando servicios, lugares y libertades sólo para blancos. Los ciudadanos negros no tenían los mismos derechos civiles y políticos que los blancos.
Indudablemente ha habido grandes avances al respecto desde entonces. Existe un aparente rechazo popular ante cualquier sistema político discriminatorio y una tendencia a la democracia inclusiva. Sin embargo, el racismo sigue todavía instaurado en lo más profundo de nuestras sociedades. El día de hoy, más de medio siglo después de los acontecimientos sangrientos de Sharpeville, es una oportunidad para recapacitar sobre los escasos logros que celebrar en nuestro país. La diferencia de trato entre sirios y subsaharianos en la frontera vulnera diferentes normativas, como la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación Racial, la Convención de Ginebra sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951, el Protocolo de Nueva York de 1967, el Protocolo número 12 del Convenio Europeo de Derechos Humanos y la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea, todos ellos basados en la prohibición de la discriminación.
Nosotros, que tanto nos escandalizamos con la foto de Aylan o las zancadillas de Petra Lázsló, debemos también espantarnos ante una autoridad que en el ejercicio de su "función de custodia y vigilancia de la frontera" permitió la muerte de 15 inmigrantes en la de Ceuta. O ante los 12 kilómetros de una triple valla protegida con cuchillas. O ante la súplica no escuchada de Abdoulaye, que es la voz de una discriminación racial histórica y una evidencia más de que la igualdad entre todas las personas con independencia de su raza está muy lejos de alcanzarse.